Edward de Raaf, conde de Swartingham, necesita con urgencia un secretario que ponga orden en sus caóticas finanzas. El problema es que, con su carácter, espanta a todos los candidatos. Para Anna Wren el puesto es la solución a sus problemas, después de enviudar de un marido infiel y quedarse en la ruina. La atracción entre ambos personajes queda patente desde el primer momento, aunque Edward no parece muy dispuesto a dejarse llevar por ella. Cuando Anna descubre que el conde es habitual de un conocido burdel de Londres, decide poner en marcha una pequeña mascarada. Porque en el juego de la seducción, no existen reglas.
Tras un diálogo internetero con Elsa Bravante (@Elsabravante) donde nos desahogábamos sobre cierta autora patria y best-seller que he intentado leer pero va a ser que no, ella me recomendó El Príncipe Cuervo con todos los riesgos que implica eso. Porque si a ti te encanta una novela y otra persona la pone verde, te fastidia mucho, ¿a que sí?
Nada más empezar, ya vi que el primer encuentro entre los dos protagonistas estaba claramente inspirado en Jane Eyre (que se me va a escapar eso a mí, vamos): mujer por un camino lodoso, perro que se aproxima, jinete (llamado Edward, como Rochester) que se cae por culpa de la fémina y le suelta a la pobre cuatro frescas con su mala leche. "Vale", me dije, "esto puede estar bien si el resto de la trama no es una copia de la inmortal obra de Charlotte Brontë." Y no, desde luego, porque hasta ahí el parecido.
Para empezar, se ambienta en el siglo XVIII, concretamente en 1760, así que nada de hombres de la Regencia calaveras o con un palo metido por el culo ni jovencitas en salones de baile. Anna Wren, la protagonista, es una viuda de treinta y un años que lleva seis sin marido y siete sin darle a la coyunda. Su matrimonio no fue al final como para tirar cohetes y, encima, su situación económica actual no es buena. Por ello decide emplearse como secretaria del conde de Swartingham, que resulta ser el jinete con el que tiene el encontronazo. Habemus lío.
Edward de Raaf es, por su parte, un hombre con muy mal genio y me ha hecho mucha gracia cómo lo ha llevado la autora: es un malhablado, tiene un criado respondón que lo saca de quicio y se le va la pinza con las cosas que le responde Anna, algo que en el fondo le gusta porque no es una simple mujer florero. También es viudo y necesita un heredero, pero Anna no le va a valer porque parece ser estéril, ya que no tuvo hijos en su anterior matrimonio. Además, Edward ya se ha buscado a una jovencita londinense para casarse con ella y procrear, pero la boca sensual de la viuda lo tiene obsesionado y con la boa yendo por su cuenta cada vez que la mira.
Mas no creáis que todo es así tan fácil. La primera impresión que se llevan el uno del otro es lo contrario al instalust: ella se fija en que tiene la cara llena de señales de la viruela y de guapo nada, y él la ve bastante feúcha, aunque, como he dicho más arriba, le gusta su boca. Y una se pregunta que qué protagonistas son estos. Pues unos que, conforme vas leyendo, te da igual si son feos o guapos, la verdad. Que él tenga cicatrices horrendas en su rostro no impide que luego luzca un cuerpazo y un pechote peludo de caerse de culo, por ejemplo. Además, lo de menos es si están buenos o no, ya que lo importante es cómo Edward se pone cachondo de pensar en la viudita o que a Anna empiece a gustarle el conde y se le remuevan las enaguas tras años de luto y abstinencia bajeril.
¿Cómo se remedian, pues, estas ganas de ambos de darle alegría el cuerpo? Pues, en el caso de él, de una manera fácil y hasta bien vista: nos vamos a un prostíbulo de lujo y nos desfogamos. Pero, ¿y ella? Anna se plantea una realidad que aún planea por nuestra sociedad tan moderna: las mujeres no tenemos las mismas necesidades sexuales que los hombres y mucho menos nos urge satisfacerlas (sí, aún hay algún troglodita que piensa así). Imaginad para una viuda del siglo XVIII lo que puede ser eso: a pan y agua xixil. Hasta que Anne se planta y dice que nanai... ¿Queréis saber qué se le ocurre? Pues no os lo voy a decir porque para mí es lo mejor de la novela.
A lo mejor puede parecer inverosímil, pero yo con esa parte lo he pasado pipa y no me resulta tan descabellado que se hicieran este tipo de cosas. Esos momentos han sido muy sensuales, con Anna llevando la voz cantante y sintiéndose libre por una vez en su recatada vida de viuda de campo. Aunque, claro, no todo va a salir como ella pretendía y el pisto que se va a montar va a ser un rato gordo.
Las grandes virtudes de la historia son sus dos protagonistas y cómo llevan su relación, que Edward sea un hombre de su época (un terrateniente inglés del XVIII preocupado por asuntos agrarios, ya que estamos en la Revolución Agrícola) y los encuentros añldjañlsdjfasñdfsskjd del principio más un plus de momentazo onírico que tela marinera. Los "peros" para mi gusto están en un cierto abuso del sexo hacia la segunda mitad de la novela, los fragmentos del cuento El Príncipe Cuervo (muy parecido a La Bella y la Bestia y al mito de Eros y Psique) que no sé qué tienen que ver con cada capítulo, que el gran enredo se solucione un poco tontamente, algunos términos que no me cuadraban y expresiones que quiero creer que son obra del traductor (¿"Jolines" en el siglo XVIII?). Con todo, se lee de una sentada y se disfruta mucho con la relación entre Edward y Anna.
Por todo esto, recibe en nuestro Gandymetro...
Edward, te doy medio Gandy más si nos vemos en la Gruta de Afrodita |