El destino ha concedido su última oportunidad a Reggie Davenport para redimirse. Una nueva vida se abre ante él ahora que ha recuperado algo que creía perdido para siempre: la casa de su familia, el hogar que simboliza una infancia feliz pero también el más amargo de los recuerdos. El lugar donde encontrará a Alys Weston, por la cual sentirá nacer una pasión que podría salvarlos, solo si ambos fueran capaces de superar sus pasados y creer en la fuerza del amor.
Queridas haggards, regreso a las reseñas, que tenía a mi pobre Kim sola en este blog por culpa de los malditos pozos petrolíferos y los negocios de mis exmaridos. El caso es que, entre contrato y conspiración empresarial, he estado leyendo los siete libros traducidos de la saga Poldark, precisamente por recomendación de Kim, y no sé a qué esperáis para leerlos. Tras el atracón (grrrr) de Ross, me lancé de cabeza a nuestro maravilloso Reto Rita la Cantaora. Como una es ordenada, lo quiero hacer siguiendo el listado cronológico. El primero, Maravilla, pasó por mis manos sin pena ni gloria. Pero, ay, el segundo... Pecado y virtud me ha reconciliado con la romántica de época y he vuelto a hacer mi croqueta rancio-enagüil, que ya la echaba de menos. Vayamos a la disección de esta novela.
¡Vamos allá! |
Reggie, la Vergüenza de los Davenport, es el perfecto ejemplo de libertino: jugador, mujeriego y, sobre todo, bebedor. Este pequeño vicio le está empezando a pasar factura y, cuando se pone muy ciego, no recuerda nada de lo que ha hecho mientras estaba con un pedo monumental, así que cualquier cosa es posible.
Menos mal que cuenta con su ayuda de cámara, Mac, un cockney simpático y su mano derecha. A pesar de ser un calavera, Reggie tiene un alto sentido del honor y nadie, absolutamente nadie, le va a acusar jamás de ser un tramposo. Que uno será un borracho, pero las cartas son algo serio. Esto viene a demostrarnos que, tras la fachada de tipo al que se la suda todo, hay un caballero y su vida licenciosa es sólo una forma de ocultar su yo real.
No es como estos dos, pero tampoco nos importaría que lo fuera |
Por azares del destino, con su comportamiento ha estado toda su vida intentando fastidiar a su tío, un capullo que le amargó la niñez cuando Reggie se quedó huérfano y que le hizo creer que no poseía nada. Pero resulta que existe una propiedad que es legítimamente suya por parte de su madre y, al morir su tío, uno de sus nietos y sobrino de nuestro protagonista se la da casi a regañadientes, porque sabe que la finca, que marcha de cine gracias a un hábil administrador, va parar a manos algo ligeras.
¡Que me des mi propiedad, coñio! |
Y así entra en escena Alys Weston. Es una mujer fuera de lo común en muchos aspectos: administra la propiedad heredada por Reggie sin que sus jefes sepan que es una fémina, es inteligente, emprendedora, con carácter, respetada por los trabajadores... A pesar de todas su virtudes, el hecho de que su físico no es el que debería para los gustos de la época la tiene amargada. Porque a Alys le gustan los hombres y sueña con un trocotró del bueno y con el verdadero amor, pero sabe que ningún maromo se va a fijar en ella precisamente por su belleza. Se ve a sí misma como la Jaca Paca por ser altísima y, encima, tiene los ojos de distinto color. Considera que los hombres huyen de ella precisamente por su altura, como si los fuera a chafar o algo con su peso, y arrastra un pasado de rechazo y decepción en el amor por culpa de su manera de ser y su aspecto.
Así se ve Alys |
Así cree que la ven los hombres |
Cuando Reggie y ella se encuentran, comienza una relación curiosa. Él la acepta como su administrador, asombrado por los logros en lo que un día fue su hogar. Ella, que es una dama pero no una pava, siente cierta atracción por su patrón, pero no quiere fastidiar la cosa, y más sabiendo que es un libertino. Lo mejor de todo es que Reggie va a tratar a Alys como una igual (muy buenos los diálogos entre ambos, cargados de humor e ironía), son complementarios, como las dos caras de una misma moneda, y poco a poco se va enamorando de ella por su personalidad, además de por su espectacular físico, ése que Alys cree que es su peor defecto. Todo parece normal, ¿verdad? Pues no. Y es que entra en escena la vieja amiga de Reggie: la bebida.
Sabiendo que Alys es una mujer apasionada tanto bajo sus ropas masculinas como de institutriz, Reggie quiere acercar su 🐍 a ella, pero sólo consigue lanzarse cuando está como una cuba, ya que en ese estado no suele ser un caballero. Alys se deja hacer al principio, porque a nadie le amarga un dulce y ella estaba a dieta desde hacía mucho, pero eso de que sólo la quiera besar cuando él está en un estado tal que se tiraría hasta un tronco vestido con una túnica, no le hace gracia. Que una tendrá sus ganas de añdjfañsldjfñask, pero no de cualquier manera, oiga.
Y así cree Alys que la ve Reggie Davenport |
Y no sólo eso: la bebida está matando a Reggie. Éste es un tema que se trata con cierta crudeza, el cómo los efectos del alcoholismo pueden llegar a destruir a una persona y todo lo que le rodea. Tampoco es que sea esto La inquilina de Wildfell Hall, pero es interesante que se hable de ello como un problema de salud. Porque era una realidad: la gente bebía mucho, pillaba unas melopeas de campeonato y se veía como algo de lo más normal y hasta aceptado socialmente.
A Reggie le sienta bastante mal el bebercio, y en la lucha por permanecer sereno, él tendrá el apoyo de Alys, aunque ella asume que sólo pueden ser amigos en esta situación, ya que su jefe nunca más querrá comerle el morrete porque siempre estará sobrio.
Beber o no beber, he aquí el dilema |
No cuento más, que ya me he pasado, pero esto es sólo una parte de la trama. Pasados que vuelven al presente, dolorosos recuerdos que permanecían ocultos en el fondo de la mente y más cosas podéis encontrar aquí. También una amplia galería de secundarios, quizás demasiados, pero a mí no me han molestado (hay amigo melopollo, lo que es bien). Añadir que la autora demuestra que puede escribirse una novela con protagonista femenina que sigue siendo una mujer a pesar de tener que comportarse casi como un hombre y tener personalidad suficiente para tratar de tú a tú al protagonista masculino. Y todo ello sin ser una pedazo de Pichote, sin berrearle al maromo, ni necesitar tirar flechas con un carcaj o hacer el pino puente sobre los lomos de un caballo para demostrar sus cualidades. También suma puntos el que salgan niños y animales y no te den ganas de llamar a Herodes o dedicarte a la caza furtiva respectivamente. Para rematar, no hay sexo hasta muy avanzada la lectura y es descrito de forma elegante, sin vergas palpitantes, dedos que se meten tan profundo que llegan al hígado ni chorreos xixiles cual presa que se desborda. No podía ser mejor, queridas.
¡He vuelto a croquetear, yupiii! |
Por todo esto, recibe en nuestro Gandymetro...
Te doy 4,5 por dejarte el vicio no guarreril, Reggie |