Elizabeth, honorable dama de la sociedad británica, ansía recuperar la atención de su marido aprendiendo las artes amatorias que le ofrecen sus numerosas queridas. Para ello recurre a Ramiel Devington, un experto en la seducción, que le descubre un mundo desconocido y lleno de placeres... Lección a lección, el fuego de la sensualidad se irá atizando, con consecuencias inesperadas y dramáticas para ambos.
Por fin he terminado esta novela, que me ha durado siglos, pero no porque no me gustara, sino porque los negocios me quitan tiempo y no he podido dedicarle el que hubiera querido. Las que soléis pasar por este blog que Kim y yo (más ella, que lee que se las pela) llevamos para adelante, os habréis dado cuenta de que soy muy fan del enagüismo rancio, tal y como he dejado claro en reseñas como las de las novelas de Julianne Donaldson, o del nadismo enagüil tipo Bridgertons. ¿Qué hago yo entonces leyendo El tutor, novela clasificada dentro del erotismo? Porque no es precisamente mi género, la verdad. Pero si me lo venden bien y me dicen que voy a encontrar ahí mucha tensión añdjkfañsldkjgañsdfja, yo compro. La persona que me lo recomendó, Paty C. Marín, es autora experta en novela erótica, así que tuve que tomar muy en serio su consejo y ponerme al lío.
La historia tiene como protagonista a Elizabeth Petre, una dama de clase alta, hija y esposa de políticos británicos del más rancio (en el mal sentido, eh) abolengo que viven por y para su profesión y sus votantes, encantados de tener representantes con unas familias tan perfectas y envidiables. Pero todo es fachada. Tras dieciséis años de matrimonio, dos hijos y cumplidos los treinta y tres, Elizabeth sabe que su marido ya no es que no la desee ni la quiera, que nunca lo ha hecho, es que encima tiene una amante. La última vez que cató su boa gusanillo fue para concebir a su hijo menor, y de eso hace ya más de una década y tampoco fue para tirar cohetes. Como buena mujer de su época, sospecha que ella es la culpable de que le pongan los cuernos, ya que tiene estrías, caderas anchas y tetas un poco más grandes de lo normal tras dos partos. Así que toma una decisión drástica:
Bueno, no es exactamente eso lo que quiere, pero sí tiene que ver con lo que pretende: seducir a su marido para que se deje a la querida. Como no tiene ni puñetera idea de hacer tal cosa, ya que es algo de mujeres frescas y de mala vida y no de señoras casadas y decentes, contrata los servicios de un tutor muy peculiar, Ramiel Devington, lord Safyre, apodado el Jeque Bastardo. Es una interesante mezcla fruto de una extraña unión entre una dama inglesa y un jeque árabe, por lo que es rubio de pelo, claro de ojos y moreno de piel, además de ser un experto en sexo y haber catado a más de una señora de la jet set de la época. Pero por su condición de hijo ilegítimo, la conservadora sociedad británica le da la espalda y lo trata como a un paria. Pero pa chulo su pirulo.
Dime bastardo a la cara, que te la voy a arreglar sin anestesia |
Digamos que la novela no se enreda en preámbulos y empieza directamente con Elizabeth acudiendo de estrangis a la mansión de lord Safyre y pidiéndole que le enseñe cómo dar placer a un hombre. A él le parece todo un reto enseñar los secretos del sexo a una mojigata como ella, embutida en su traje de lana gris con olor a benceno, su corsé y su recato. Yo leía su descripción y me encantaba, era como estar leyendo una de mis novelas de croqueta rancio-enagüil mezclada con otra de alto voltaje erótico.
Y es que no veáis el plan de estudios que le pone el Jeque Bastardo a Elizabeth, uno que ya quisieran en el sistema educativo finlandés: ir leyendo capítulos de un tratado sobre el erotismo llamado El jardín perfumado y luego comentarlo. Que tire la primera piedra toda aquella que haya leído El tutor y no haya ido rauda a Google a ver si existe el citado tratado o es un invento de Robin Schone.
Y existe, queridas. Telita con lo que cuenta: posturas de todo tipo que ríete tú del Kamasutra ilustrado; treinta y nueve nombres distintos para el pene (podrían ser cuarenta si incluyera BOA, fallo gordo); descripciones suculentas sobre cómo dar placer al mismo tiempo que se obtiene placer... Es un texto lleno de metáforas bastante sutiles que te ponen perraca sólo con leerlas. Aquí no te vas a encontrar cosas como "chorreosa vagina" y otras lindezas que te provocan arcadas en vez de hacer que te ardan las bragas. En definitiva, una maravilla literaria que tiene a Elizabeth con los ojos como platos y las enaguas para el tinte. Ramiel se burla bastante de ella porque la ve como la típica reprimida inglesa y es capaz de averiguar si se ha hecho una autoexploración ante el espejo con sólo mirarla.
Sí, con conejo |
Como la tía es más dura de lo que Ramiel cree, no se corta un pelo, aguanta el tipo y en cada clase pregunta a su tutor todas las dudas que tiene. Y aquí reside la clave de esta novela: el lenguaje lo es todo. La manera en que se dice, se insinúa o se alude al sexo es lo que hace a este libro más erótico que si a las dos páginas ya estuvieran dándole al fornicio y cada capítulo consistiera en describirnos cómo la pareja protagonista materializa las posturas que se relatan en El jardín perfumado. Una nueva croqueta había nacido: la croqueta rancio-perraquil. Eso es fusión y no lo que hace Ferrán Adriá.
¡El más difícil todavía! |
La relación entre Ramiel y Elizabeth se va construyendo en una semana, tras la cual hay un punto de inflexión y se desencadena una trama bastante interesante para mi gusto. La historia no sólo trata del descubrimiento del sexo y el placer por parte de Elizabeth, sino que hay más: una dura crítica a las apariencias y al mundo de la política, sórdidos secretos, heridas del pasado que hay que curar y que, alabado sea Alá, no hacen de Ramiel un capullo redomado... Otra cosa que me ha gustado: es verdad que en las novelas románticas se suele confundir lujuria con amor, pero aquí la propia protagonista se lo llega a plantear y ella no quiere eso. Me ha parecido un punto a su favor siendo una historia basada en el erotismo.
Así que, si os animáis, os vais a encontrar una novela erótica donde las escenas de sexo se pueden contar con los dedos de una mano, pero son muy intensas y vienen precedidas de una tensión sexual que te tiene deseando que llegue el momento, porque sabes que va a ser épico.
El único pero que le pongo, como a todas, es que el protagonista calza una boa que ni Nacho Vidal. Por si fuera poco, yo no sé qué dedos tiene, porque en cierto momento llegan a un sitio que es inalcanzable a no ser que seas E.T. en persona. O yo lo entendí mal cuando lo leí o vaya disparate...
En cualquier caso, una lectura agradable, sexo bien colocado y mejor narrado y mucha represión a punto de estallar de la que a mí me gusta.
Por todo eso, recibe en nuestro Gandymetro...