Patrick O’Rourke es un duro escocés, y también un hombre de negocios de éxito, mientras que lady Katherine Lindsey es una bella señorita inglesa, con clase y demasiados años para interesar a los solteros de su círculo. Sin embargo, cuando se ve chantajeada para aceptar un matrimonio de conveniencia con el atractivo escocés, enseñará al que ha de ser su marido otra cara.Tras la precipitada boda, Rourke la aparta de los refinados y elegantes salones londinenses para instalarla en su castillo de las Tierras Altas de Escocia, un lugar decrépito que se cae a pedazos. Rourke está decidido a domar a su indómita esposa y llevársela a la cama, y para lograrlo, la única guía con que cuenta es un ejemplar de La fierecilla domada, de Shakespeare. Sin embargo, cuando la pasión se desate entre ellos, ¿quién será el domador y quién el domado?
Al final de Rendida, ya se nos anunciaba que la tercera y última entrega de esta serie iba a estar inspirada en el clásico de Shakespeare La fierecilla domada. De hecho, desde Vencida ya nos olíamos algo, pero en la segunda se deja claro, pues hasta Gavin y Daisy deciden regalar a Rourke un ejemplar de la obra de teatro y los protagonistas, Patrick y Katherine, tienen nombres parecidos a la pareja en la que se basa. Con ganas esperaba esta entrega, pues el escocés me gustó en sus apariciones anteriores y que su relación con la chica fuera en plan lucha dialéctica prometía croquetismo del bueno.
PUES NO. Pero dejadme que me explique. Rourke es igual de adorafollable que antes, un self-made man que quiere una mujer de sangre azul que le dé hijos y le ayude a posicionarse en una sociedad que le rechaza por haberse labrado una fortuna con sus callosas y enormes manos. Y pone la boa la mirada en Katherine, hija de un conde venido a menos y con fama de fría y contraria al matrimonio. Comienza una persecución frustrada que tendrá un paréntesis de dos años hasta que Rourke vuelva a la carga con más fuerza nunca. De momento parece que todo correcto, ¿verdad?
A ver cómo lo digo para que se me entienda... El instalust en esta novela es acojonante. Pero a unos niveles vergüenzajenescos, sobre todo por parte de ella. De los hombres de algunas de estas novelas ya no me extraña, se ponen duros con pensar en la chica de turno con una rapidez que ni Bolt. Pero Kate, que juró y perjuró no amar a nadie desde que de pequeña su padre apostó y perdió a su poni Princess, no sabía que lo del amor era una cosa y lo de los calores xixiles otra. Aquí dejo una sucesión de acontecimientos para que me entendáis mejor.
Rourke mira a Kate:
Rourke le roza la mano:
Rourke se arrima más de la cuenta:
Rourke le mete la lengua hasta la campanilla:
Kate recuerda cuando Rourke le ha metido la lengua:
Sí, queridas. Kate se moja hasta unos extremos que a mí me hacían pensar en Tena Lady y pérdidas de orina más que en excitación. Hope Tarr, aquí te has pasado ya cuatro pueblos y medio con los empapamientos, así que me has tenido temiendo el momento en el que se hubiera sexo de verdad. Vamos, que me veía al pobre Rourke tal que así:
A pesar de los chorreos xixiles de Kate y de un magnífico morreo de Rourke, no todo irá como debe. Un malentendido (uy, qué raro) hará que cada uno siga su camino hasta que dos años después Rourke reaparece y obliga la chica a casarse con él aprovechando las deudas de su padre. Además, nuestro querido escocés tiene en mente domar a la fiera, como ya hemos dicho más arriba. Al principio se dará alguna situación graciosa que otra, copiada de la obra teatral (con buen pijo bien se jode, que dicen en mi tierra). Luego ya no tanto, por los consabidos berenjenales de sentimientos en los que se mete la autora y que terminan siendo cabreantes.
El sexo no será demasiado a pesar de tanta inundación de bajos, aunque sí con toques greyanos de nuevo, pero mezclados esta vez con una buena ración de Outlander. Hope Tarr ha tenido que leer esta saga sí o sí por cuatro razones: la alusión a una libélula en ámbar en un diálogo; que Rourke sea escocés; que lleve la espalda llena de latigazos; y, por último pero no menos importante, por cierto ajuste de cuentas entre él y Kate...
Cierro esta trilogía que me ha dejado un sabor agridulce en la boca. Tras la agradable sorpresa (con sus fallos) de Vencida, las dos entregas siguientes han pecado de los mismos defectos que la primera, incluso para peor. Creo que no me equivoco si digo que, en caso de haber leído antes la primera, le hubiera dado los mismos Gandys. Hope Tarr tiene buenas ideas, protagonistas distintos a los habituales y posibilidades de ser muy original, pero termina siempre siendo una cansina con las vueltas que da a lo mismo una y otra vez. Una pena. Con todo, no me arrepiento de haber echado un ojo a esta autora, que siempre da gusto descubrir cositas que, dentro de lo que cabe, no están del todo mal.
Por todo esto, recibe en nuestro Gandymetro...
Por todo esto, recibe en nuestro Gandymetro...
Rourke, dómame |